viernes, agosto 24

   Es la primera vez, de, quizás, muchas más, y somos recibidos, lógicamente, con ese silencio tenso y charlas de ascensor que se crean para alivianar la situación. A los pocos minutos, la noticia es dada a alguien. Entran, ya sabemos por qué. Salen.
Lloran.
Es confirmada nuestra suposición, y, posiblemente, la de todos los demás espectadores de esa escena.

   Sólo van tres visitas, pero ya comenzás a reconocer a tus pares. Están ahí por una razón que desconoces pero a la vez, es la misma que la tuya.
   Una señora mayor, de cabello extraño, como si fuera un tanto calva, es la primera en llamar mi atención la primer tarde, y es la primera a quien reconozco al mediodía siguiente. Ese mediodía, este mediodía, cuando, a causa de la espera y el aburrimiento, comencé a analizar los demás rostros que me acompañaban, descubrí que había varios a quienes conocía. Sí, esa señor ayer había ido con su hija pequeña. Aquellos ancianos ya los había visto, y así varios más.

   No tengo permitido mostrar debilidad. Mi caída destruiría a muchos. Sé que no soy el ejemplo a seguir de nadie, ni tampoco ninguna especie de 'guía', ni mártir. De hecho, para la mayoría soy la pequeña víctima, soy frágil y deben protegerme. Pero no. Sé que si yo caigo, ellos lo harán conmigo, y quiero evitar eso. Quiero evitarle el mal a los demás, por más tonta y mínima que sea mi acción. Yo puedo conmigo misma.

  No sé por cuanto tiempo más seguiré compartiendo estas escenas con esta pobre gente. Ellos van, y vienen, no sabes si por el motivo bueno o por el motivo malo. Nosotros tampoco estaremos en este limbo por siempre, pronto, también dejaremos estas visitas. Lo que no sé es si será, por el motivo bueno, o por el motivo malo...



-Crónicas de la Sala de Espera de la sala de Terapia Intensiva.

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