domingo, octubre 23

     Entrás, así, directamente, sin saberlo, sin quedarte hablando en el umbral, ni nada. E instantáneamente, ese hedor nauseabundo te invade; jamás te lo habrías imaginado. O quizás deberías haberlo hecho.
     Ese olor agrio que llena la casa de arriba abajo te envuelve. No es olor a podredumbre. No es olor a vejez. Tampoco es olor a muerte. No, es el característico olor de la locura. Alguien cuya mente ya desapareció del mundo de lo tangible.
     Lo peor de todo es que ahora no podés escapar. No, sería descortés. Así que, haciendo un gran pero disimulado esfuerzo, te esmeras por "acostumbrarte" a ese hedor, mientras lentamente va colmando tus pulmones y tu mente. Esperás que el tiempo pase rápido, pero es frustrante como seguís sintiéndolo. Crees que tu nariz nunca se acostumbrará a eso.
      Y bueno, eso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario